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Nuestros aviadores no pilotearán vuelos de la muerte
Por Shlomo Slutsky
Para constancia, el autor de esta nota nació en Argentina y emigró a Israel por motivos sionistas en 1976, semanas antes del golpe militar en el cual asesinaron o hicieron desaparecer 30,000 ciudadanos argentinos, entre ellos 2,000 judíos. Los medios utilizados en el asesinato fueron varios. Ejecuciones que fueron informadas como “intercambio de fuego con terroristas”, torturas crueles que finalizaron con muerte, 500 mujeres embarazadas fueron asesinadas después del nacimiento de sus hijos quienes fueron entregados a allegados del poder, y otros más que solo pudo generar la imaginación anómala de la dictadura argentina, el país donde nací.

Y si de productiva y anómala imaginación se habla, hubo otra manera muy especial que no tenía antecedentes en el mundo: después de los interrogatorios, grupos de presos “fueron trasladados” con el objetivo de hacer lugar y borrar evidencias. Se los embarcó en aviones de donde se los tiraba a las profundidades del Océano Atlántico, desnudos, después de recibir una inyección de barbitúrico y con pesas atadas a esposas ajustadas por detrás.

A esos grupos de 13 a 20 personas que fueron arrojadas de aviones no tenían posibilidades de sobrevivir. Por errores de programación o corrientes de agua no previstas, algunos de esos cuerpos llegaron a las costas del vecino país Uruguay. Pese a que el país oriental también estaba bajo el control de una dictadura y cooperó con Argentina, fotos de los restos se convirtieron en pruebas de juicios que años después se le inició a la cabecera de la junta militar.

El periodista-investigador Horacio Verbitsky, que durante la mayoría de los 8 años de la dictadura vivió oculto en la resistencia, publicó en su libro “el vuelo” el testimonio del primer testigo de las fuerzas armadas argentinas que rompió el silencio. En una confesión personal, este agente contó los métodos de tortura y asesinato y los vuelos de la muerte en los cuales participó activamente y que tras 20 años no le dejaban la mente tranquila y lo obligó a traicionar a sus colegas que callan.

Y me dije a mi mismo: esto en Israel no puede ocurrir. No eso, ni algo parecido. Pensé que elegí vivir en un país en donde los pilotos civiles, inclusive pilotos militares, se negaran a cumplir la orden de pilotear un vuelo con personas conducidas a su muerte. Seguro que rehusaran. Si ellos saben distinguir entre lo permitido y prohibido, ellos saben que el océano mata con seguridad, pero expulsar por la fuerza en un avión a un tercer país puede también ser pena de muerte. Piloto israelí seguro no dará su consentimiento de participar en una matanza como esta, en contravención a leyes internacionales, a Normas del Buen Samaritano como lo demanda la Torá y la moral personal que se supone de cada uno de los pilotos.

Todo eso lo pensé cuando días atrás recibí un llamado en mi celular requiriendo ser parte de una solicitada que exige de pilotos israelíes no llevar a su muerte a aquellos solicitantes de refugio africanos que nuestro gobierno decidió enviar de Israel a un tercer país, tal vez para hacer lugar y borrar evidencias.

Firmé la solicitada, pero también pensé que tal vez no hay necesidad. Pensando que, si tenemos en cuenta todas las diferencias entre las situaciones y entre los pilotos de mi país de origen con los de mi patria, de todas maneras, se tiene la esperanza que no se encuentre ni un piloto israelí dispuesto a ser parte con el plan de recolonizar por la fuerza como resultado de una fructífera pero anómala imaginación como esta.

Publicado en diario Haaretz, 22-1-2018 - Traducción Daniel Kupervaser


Febrero 2018 / Shevat / Adar 5778
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